Si hay algo que ha quedado patente en la última temporada nacional y política es que somos una nación dividida, política y racialmente.
Si no confías en mí, entra en Facebook. Vaya. Las peleas internas, los insultos, la desconfianza es evidente. ¿Cómo se supone que vamos a cambiar nuestro barrio, ciudad, nación o mundo si pensamos que todos los demás son el problema?
Mientras buscamos soluciones, se podría pensar que la iglesia de Jesucristo sería un ejemplo de civismo y unidad, pero lamentablemente no lo es.
Investigaciones recientes muestran que el 86% de las congregaciones están formadas por un grupo racial predominante. Puede que esto no sea sorprendente, pero lo que sí lo fue para mí es que la mayoría de los asistentes a la iglesia se conforman con el statu quo étnico en un mundo cada vez más diverso. Estamos bien con gente que es como nosotros y que nos gusta[1].